TABASCO. En un mundo donde las prisas y la modernidad amenazan con desdibujar las costumbres ancestrales, emerge la figura de Etelvina Lucrecia Pedrero Vidal, una mujer de 69 años originaria de Jalpa de Méndez, que con amor y dedicación se erige como una ferviente defensora de la cocina tradicional tabasqueña.
Su historia, marcada por los aromas y sabores de su infancia, es un llamado a valorar y preservar un legado culinario que corre el riesgo de caer en el olvido por el desinterés de las nuevas generaciones.
Fue durante la clausura de la exposición “Ser Sur” de la artista plástica Lety Vázquez, que doña Etelvina mostró sus dotes culinarias al deleitar a los asistentes con una muestra de sus exquisitas “enchiladas tabasqueñas”, preparadas con carne mixta de cerdo y res, bañadas en un mole tradicional de tres chiles que conquistó a todos los paladares.
Para ella, este arte culinario tiene sus raíces profundas en el hogar, tal como ella misma lo expresa: “me gusta, porque aprendí en mi hogar, en la casa de mis padres y mis abuelos, la tradicional comida tabasqueña, por ello, siempre he tratado de hacer lo que hemos acostumbrado en Tabasco, sin perder la esencia de lo que es la cocina tradicional”.
Sus recuerdos de infancia en su hogar siempre estarán impregnados de amor, armonía y aprendizaje.
“Porque en los pueblos del estado de Tabasco, siempre se vivía así, y aprendiendo los quehaceres domésticos del hogar, sin faltar el conocimiento académico. Pero los que estábamos en casa teníamos que aprender lo esencial: hacer la comida tradicional de los hogares tabasqueños”, rememora con nostalgia.
Fueron su madre y su abuela quienes sembraron en ella la pasión por la cocina, involucrándola desde temprana edad en la preparación de los alimentos que hoy replica con su propia familia en la colonia Tamulté de las Barrancas, donde reside desde hace 50 años.
Las mañanas de su niñez comenzaban con el reconfortante aroma de café o atole, siempre listos por su madre, acompañados de un ligero desayuno que les brindaba la energía necesaria para sus estudios primarios.
“Porque teníamos que hacer nuestros estudios de primaria, que era lo que había en los pueblos en esos entonces; ya salir a estudiar la secundaria se tenía que ir a la cabecera municipal o a la ciudad de Villahermosa”, explica.
Los días transcurrían entre huevos revueltos o estrellados, frijoles, plátano frito y la tradicional bebida de polvillo con chocolate. Al regresar de la escuela, el pozol solía estar preparado, aunque recuerda con gracia que “si no había, lo tenías que moler, para que luego se batiera, porque no era con licuadora, a la mano se batía el pozol”.
Después de las tareas escolares y los quehaceres domésticos, llegaba el momento que más disfrutaba: observar a su madre cocinar la cena.
“De cena, había algo muy esencial. Se hacía tortilla de maíz y cuando había el de maíz nuevo, se comía con cebolla por dentro, con ajo, y se pasaba en aceite o manteca. De hecho era manteca, porque era lo que se usaba en los hogares de Tabasco, y se comía tostadita, con café y la bebida (…) o un pan de nata y un budín, que mi madre hacía (…) eso era la cena, y si quedaba algo de la comida, pues se comía, pero si no, eso era una buena cena”, comparte doña Etelvina, evocando los sabores sencillos pero entrañables de su infancia.
Los olores de su niñez también están ligados a la belleza natural que rodeaba su hogar. “En el patio de mi casa habían muchas flores, había una flor tan hermosa que se llama el jazmín que mi madre cultivaba. Unas margaritas, unas rosas, todo eso había en el hogar de mi madre y hacía que ese patio oliera”. La primavera era un festín visual y olfativo, con margaritas blancas y amarillas, rosas, el blanco jazmín y los aromas cítricos de la flor de naranja o limón.
“Son cosas que no se pierden ni se olvidan, porque viví, crecí, hasta los 19 años en ese hogar, claro que eso no se olvida, donde uno ande, siempre lo traes en tu corazón”, asegura conmovida.
Para doña Etelvina, los sabores de su infancia son los sabores del amor. “En mi hogar siempre va a oler, a alegría, a amor, y a los olores y sabores de la comida tradicional que siempre se hace en casa”. Así mantiene vivo el recuerdo de su niñez, cultivando el cariño y la memoria a través de los aromas que emanan de su cocina.
Puchero tradicional, lentejas, carne picada con arroz, chaya, frijol con puerco salado, chaya con plátano tierno, carne claveteada y lengua lampreada en estofado, son solo algunos de los platillos que aprendió de su madre y abuela, pero que lamentablemente se replican cada vez menos en los hogares tabasqueños actuales.
La esencia de la comida tradicional tabasqueña reside, según doña Etelvina, en sus ingredientes y la forma de guisarlos.
“Un puchero de res, lleva las verduras que en el estado se cultivan, y esas ya no las usan, se les hace fácil ponerle al puchero papa, zanahoria, lo que no es. El puchero tabasqueño lleva chayote, calabaza, plátano maduro cocido o plátano verde cocido, yuca, elote, camote, macal, pan de sopa (…) y no se les puede sofreír el tomate, la cebolla, los chiles dulces, eso se tira crudo y que se hierva en el caldo del puchero que tiene perejil y cilantro”, explica con conocimiento.
Aunque no tiene un restaurante, su sazón es tan reconocido que la gente la busca para que cocine en eventos especiales. Los domingos, ofrece sus famosas enchiladas y, por temporada, deliciosos tamales.
Para ella, cocinar es una experiencia celestial, donde el ingrediente secreto es el amor. “No hacerla a ‘ahí se va’, sino con amor, porque la comida, así, queda rica”. Su exigencia por hacer las cosas bien se refleja en cada detalle, desde el corte preciso de las verduras hasta la presentación impecable de sus platillos, pues considera que la comida tradicional “siempre tiene que haber interés por lo que uno está haciendo”, ya que “es nuestra”.
Con cuatro hijos adultos, doña Etelvina reconoce que transmitir este conocimiento ha sido un desafío. Sin embargo, encuentra esperanza en una de sus nietas, quien muestra un especial interés por la cocina.
“Claro, ellas aprenden por todos los medios que hay, pero le estoy diciendo que no pierdan la esencia de la comida tradicional tabasqueña (…) porque es lo que queremos, que la juventud aprenda lo que es la comida tradicional tabasqueña”, enfatiza.
Le preocupa el desinterés que observa en los matrimonios jóvenes por cocinar de manera tradicional, considerándolo una pérdida del legado ancestral. Para evitar que este conocimiento se desvanezca, doña Etelvina apela a los orígenes, insistiendo en que la tradición debe comenzar en el hogar y ser reforzada en las escuelas.
“Pero si no hay ese enlace de hogar, con el sistema educativo, se puede perder (el conocimiento), pero no, tenemos que hacer conciencia que la comida tradicional tabasqueña, es rica, sabrosa”, afirma con convicción.
Finalmente, con una noble esperanza, hace un llamado a los jóvenes a acercarse a sus adultos mayores y preguntarles sobre las tradiciones tabasqueñas. “Yo con gusto lo oriento, porque yo no me voy a llevar nada cuando me muera, y quiero que quede en muchos con conocimiento”, concluye, dejando una invitación abierta a ser curiosos y a valorar la sabiduría de las generaciones pasadas.
La clave para mantener viva la rica herencia culinaria de Tabasco reside en la curiosidad y el diálogo intergeneracional.