En junio de 1920, gracias a su astucia y a su capacidad de persuasión, Max Brod convenció a su amigo Franz Kafka de que le entregara la versión original, aunque inconclusa, de la novela El proceso, lo cual significó para él “un verdadero consuelo”, según sus propias palabras.
Posteriormente, Brod la editó y un año después de la muerte de Kafka —en 1925— la entregó a la editorial Verlag Die Schmiede para que la publicara, haciendo caso omiso de la última voluntad del escritor checo nacido en Praga en 1883, es decir, que, a excepción de los libros Contemplación, La condena, El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria y Un médico rural, y de la narración “Un artista del hambre”, quemara toda su obra, incluyendo sus manuscritos inéditos.
Así, el mundo se salvó de no conocer esta obra capital de la literatura de todos los tiempos, escrita entre 1914 y 1915. Ahora, El proceso cumple 100 años de haber sido publicada y no ha perdido un ápice de actualidad.
“Todo el contexto de El proceso es complicado, porque esta obra no es nada más una novela, sino todo un universo —el universo kafkiano— que tiene muchas aristas. Podemos abordarla desde la idea de la culpa, desde la idea de la justicia obstaculizada por la burocracia, desde la idea de la enfermedad, etcétera. Por lo demás, Kafka nunca nos da certezas”, comenta Mónica Steenbook Schmidt, profesora del Colegio de Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Ya la primera frase —por lo demás inolvidable, como la de La metamorfosis: “Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana…”— nos expone el meollo del asunto que habrá de desarrollarse en esta novela: la imposibilidad de que el personaje principal sepa de qué se le acusa. Es como si Kafka nos dijera que todos —hombres y mujeres— somos —o seremos declarados— culpables por el solo hecho de estar vivos.
Steenbook Schmidt dice: “A fin de cuentas, Josef K. considera que sí puede ser culpable, independientemente de si no sabe de qué se le acusa. Hay en él algo así como una culpa intrínseca que tiene que ver con la presencia de la autoridad.”
En ese sentido se puede afirmar que El proceso anticipó el surgimiento del régimen nazi en Alemania, el cual dirigiría la vida de muchísimos individuos y los sometería a sus designios y decisiones, por más tiránicos, crueles y absurdos que fueran.
“En Europa, durante la década de los años 20 del siglo XX, las personas percibían la autoridad como una entidad endeble, por lo que creían que necesitaban un líder fuerte al cual someterse, aunque no supieran bien a bien que implicaría esto. Fue así como en los años 30, el nazismo se instaló y consolidó en Alemania… Lo mismo sucede con Josef K.: cuando la autoridad, representada por dos hombres vestidos de negro, llega a su casa para arrestarlo, se somete a ella”, apunta la profesora.
Otro de los temas que destacan en El Proceso es el de la postergación infinita de la justicia. El proceso judicial que experimenta Josef K. a lo largo de esta novela es como un camino que lo conduce irremisiblemente al infierno.
“Por eso, El proceso se puede interpretar como una novela dantesca y los demás personajes que aparecen en ella se pueden identificar con unos demonios. En realidad, éstos no son personajes con una psicología más o menos definida, sino unos seres extraños que, a partir de una lógica de sueño, de pesadilla, meten a Josef K. en un mundo en el que él ya ni siquiera tiene voz.
Todo esto, que da forma al universo kafkiano, irradia mucha fuerza y hace que los lectores nos podamos imaginar perfectamente en una situación así… Para mí, la propuesta kafkiana en general, no sólo esta novela, es fundamental en la historia de la literatura. Yo creo que Kafka no pertenece a ninguna época ni tendencia determinada. Es uno de esos genios que de algún modo se imponen más allá de los tiempos”, agrega Steenbook Schmidt.
La literatura de Kafka sigue sorprendiendo a todos aquellos que se acercan a ella, aunque, de acuerdo con la profesora, no se recibe de la misma manera en las diferentes lenguas ni en los distintos ámbitos.
“En un simposio en el que participé recientemente pregunté por qué en español existe el adjetivo kafkiano y su equivalente en alemán, kafkaesk, casi no es usado. Tal vez pareciera que aquí, en América Latina, el término kafkiano se usa con una gran facilidad, con cierta ligereza, como si fuera parte de lo cotidiano, mientras que en alemán no se refiere a lo cotidiano, tiene otra dimensión, otra profundidad, no lo puedo explicar bien”, finaliza.